URIBE Y LA CORTE: en la polémica infantil que hoy sostienen el presidente Uribe y el presidente de la Corte Suprema, Augusto Ibáñez, ambas partes parecen haber olvidado que en Colombia no rigen como norma suprema las conversaciones de salón, ni los compromisos informales y privados que en ellas se hagan, sino nuestra Constitución Política y nuestras leyes. Por tanto, lo que hayan dicho en tal o cual conversación, o lo que en privado hayan acordado en tal o cual salón, carece totalmente de importancia. La designación del titular de la Fiscalía está gobernada únicamente por las normas que al respecto tiene nuestra Constitución, y cualquier intento de añadirle nuevos criterios al asunto es una atribución arbitraria de facultades constituyentes. No debe haber nada diferente al acatamiento de las normas, y la Corte Suprema debe proceder a elegir Fiscal a partir de la terna que existe, expresando salvedades y preocupaciones si así lo desea, y dejando a un lado la antipatía personal que a algunos de sus magistrados pueda despertarles el presidente Uribe, y dejado también a un lado la opinión que tengan sobre su proyecto político. ¿Por qué debe hacerse esto? Porque es el camino del acatamiento de la Constitución.
A TODO SEÑOR, TODO HONOR: al evaluar la gestión de los altos funcionarios públicos, hay, en muchos sectores de la prensa de opinión, la infortunada tendencia a concentrarse únicamente en aquello que pueda ser base para descalificaciones, críticas o juicios negativos. No está mal criticar a los altos funcionarios del Estado, y sin duda la prensa de opinión cumple una labor importantísima al someter la gestión de aquellos a un constante examen. Pero tal examen sería más digno de crédito si fuese más ecuánime: en particular si, con la misma presteza con la cual muchos columnistas corren a escribir sonoras reprobaciones (en ocasiones irrespetuosas), se apresurasen también a reconocer con justicia los casos en los cuales hay éxitos evidentes e incontrovertibles. Creo que pocos han sufrido tanto por esta causa como el actual canciller Jaime Bermúdez. Durante meses, Bermúdez ha sido objeto constante de muy variadas y repetidas críticas. Algunas de ellas son insensatas, y otras se limitan al ya insoportable cliché de decir que, a diferencia de Colombia, Brasil tiene una cancillería muy profesional. Fue también objeto de insultos explícitos por parte de un cierto columnista. Y sin embargo, cuando bajo su dirección y con su intervención se produce un suceso de inmensa importancia para nuestra política exterior, a saber, la reanudación de las relaciones con Ecuador, hacen silencio todos los columnistas que antes lo sindicaban de una presunta ineptitud o de una supuesta falta de efectividad. A todo señor, todo honor: Jaime Bermúdez, como responsable de la cartera de relaciones exteriores, merece un reconocimiento por el ya mencionado suceso, gracias al cual dos países vecinos, cuyas vidas están inevitablemente unidas, empiezan a dejar atrás sus diferencias y restablecen sus canales diplomáticos. Similar reconocimiento debe merecer el colega ecuatoriano de Bermúdez, Fánder Falconí, cuyo profesionalismo y discreción constituyen una rareza en el hoy pintoresco mundo de las relaciones exteriores en Latinoamérica.
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