VOTO DE OPINIÓN Y MAQUINARIA: Pasada ya una semana desde las elecciones presidenciales, hay todavía quienes insisten en calificar el resultado de éstas como un pulso entre la maquinaria política —corruptora y deshonesta— y el voto de opinión, transparente por naturaleza, y movido sólo por los dictados de la conciencia. Por supuesto, está allí implícita la idea de que el primer tipo de voto correspondió a Santos y el segundo a Mockus. Pasemos por alto la arrogancia propia de dicha idea, arrogancia de la cual se han quejado muchas personas, quienes ven en el movimiento Verde un fanatismo moral de acuerdo con el cual hay que presumir corrupción en todo aquel que no esté con ellos. Veremos entonces que estamos simplemente en presencia de un error fáctico colosal, un desconocimiento de la más contundente e interesante realidad de la política nacional: la mayor parte del voto de opinión, es decir, de aquel voto cuya motivación no es más que el examen ciudadano de conciencia, sigue siendo un voto uribista. Esto no pueden entenderlo los partícipes de aquel fanatismo moral, por cuanto encuentran inexplicable que alguien opine diferente a ellos, es decir, que haya un voto de opinión sustentado en consideraciones y reflexiones diferentes a las suyas. Para ellos, parecería ser que voto de opinión sólo puede ser aquel fundamentado en sus opiniones. Encuentran entonces inexplicable el resultado electoral, y proceden con la mayor petulancia a atribuirlo en su totalidad a maniobras turbias.
EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI EN ACCIÓN: Tras el primer descubrimiento de contenedores repletos de alimentos descompuestos, han empezado a aparecer casos similares en varias partes de Venezuela. La mayoría de tales casos involucran a PDVAL, la flamante Productora y Distribuidora de Alimentos de Venezuela, institución inaugurada en su momento con gran pompa y esperanza, y a la cual se encargó el logro socialista de la “soberanía alimentaria”. De modo que, en muy pocos años, empezamos ya a ver en Venezuela las manifestaciones típicas del socialismo, es decir, lo que el socialismo produce en cualquier parte: abandono, desidia, deterioro y obsolescencia. No pasará mucho para que empecemos a saber de tierras abandonadas, de fábricas cuyas máquinas duermen bajo el óxido, de insumos y materias primas olvidados durante años en bodegas húmedas y solitarias. Y ese mismo Estado, cuya incompetencia para el manejo de procesos económicos básicos es evidente, ha incurrido en el más insólito y extravagante acto que pueda pensarse: la declaratoria explícita de guerra a una parte de su sociedad, al empresariado.
LA NATURALEZA DEL PROBLEMA VENEZOLANO: Sea esta también la ocasión para reflexionar sobre una polémica anterior. El año pasado, tal vez por esta misma época, escribí y dije en algunos textos y conferencias que, en mi parecer, un sector de los analistas colombianos no comprendía la naturaleza de los sucesos de Venezuela, o rehusaba comprenderlo, sumido en la ilusión de que podrían superarse las adversidades sufridas allí por el empresariado colombiano, y hacer tal cosa mediante estrategias inteligentes de negocios. Recuerdo haber criticado con énfasis un estudio que al respecto hizo la revista Dinero, en el cual, desconociendo la naturaleza política de la crisis venezolana, recomendaba a los empresarios una serie de medidas para solucionar sus problemas en el vecino país, todas ellas relacionadas con asuntos administrativos como el mercadeo y la logística. Ahora, cuando el propio presidente declara por televisión la guerra a la empresa privada, me pregunto cuán útiles serán todas esas minucias sobre el conocimiento del consumidor venezolano y la reorganización de procesos logísticos. No habría ideas de mercado o de logística que hubiesen podido, por ejemplo, salvar a los comisionistas de bolsa, cuyas firmas han sido víctimas de una ofensiva política aplastante y súbita, la cual incluso ha llevado a prisión a varios de sus directivos.
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