¿SIGLO DE LOS JUECES?: ¿qué ha hecho nuestro país para merecer la suerte de que a sus altos funcionarios les haya nacido una torpe vocación por improvisar en materia de teoría política? Después de la promulgación presidencial del concepto de “Estado de opinión”, el cual sería absurdo de no ser porque es temible, tenemos ahora las desconcertantes afirmaciones del magistrado Augusto Ibáñez, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, según el cual el siglo XXI será “el siglo de los jueces”. Tales afirmaciones parecerían ser la “fase superior” de una lamentable tendencia de arrogancia judicial que ha recorrido muchos países de Occidente en las últimas dos décadas. Dicha tendencia, celebrada por muchos jueces y académicos, entraña un peligro fatal para la democracia liberal, pues se basa en la creencia de que lo justo, lo bueno y lo conveniente para una sociedad son conceptos ya claramente establecidos, y por tanto el mejor mecanismo de gobierno es la orden judicial: el juez, iluminado, conocedor infalible de lo justo, lo bueno y lo conveniente, ordenaría a través de sus sentencias la materialización de todo aquello. En este esquema, tan idolatrado por los seguidores de ciertas teorías contemporáneas de la justicia, puede verse que la democracia sobra: sobra, porque si a través de elucubraciones filosóficas puede establecerse lo justo y lo bueno, los mecanismos de decisión representativos y democráticos no tienen ya función alguna que cumplir. La pluralidad de ideas y opiniones que existe en cualquier sociedad se desconoce, y se reemplaza por la filosofía de moda. Así se configura el camino hacia la dictadura judicial, o hacia la justificación de ésta.
AGRO INGRESO SEGURO: hace ya tres años, en una entrega de este mismo boletín, advertimos sobre los peligros que podían surgir con el anunciado programa “Agro Ingreso Seguro”, formulado por el gobierno nacional en momentos cuando varios sectores de la agricultura expresaban temor por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Advertimos entonces que un programa de tan escandalosa concepción, mediante el cual se transferirían recursos públicos a ciertas personas sin que estas tuviesen el deber de reembolsarlos, generaría una cacería rapaz en pos de tales recursos, en la cual no vencerían los agricultores pequeños y pobres, sino los grandes terratenientes, dotados además de influencia política. Las denuncias que hace la revista Cambio en su último número son la materialización de este pronóstico al pie de la letra. Ya tuvimos algún temor cuando el programa se inició sin que siquiera el TLC, su presunta justificación, hubiera entrado en vigor, cosa que aún no ha sucedido. De los temores pasamos ya a la indignación cuando vemos, en este caso, un nuevo ejemplo de una política económica cuyo principal elemento es este: la transferencia de recursos de las clases medias y bajas hacia los terratenientes y otros privilegiados, como las zonas francas y algunas grandes empresas. Esa es, lamentablemente, la política económica que nuestro gobierno defiende sin vacilación, y a la cual da el nombre de “confianza inversionista”.