BASTENIER I: impresionante, aunque predecible, es el impacto que en nuestro país ha tenido el artículo “Colombia no se mira en el espejo”, de Miguel Ángel Bastenier, publicado en El País de Madrid, donde critica con fuerza la intención de que el presidente Uribe sea reelegido por segunda vez. En los lados más extremos de la opinión política, este artículo ha despertado las reacciones que naturalmente debía despertar, es decir, reacciones de mera superficialidad emotiva: desde quienes llaman a las emisoras radiales a acusar a Bastenier de amigo de la guerrilla, hasta quienes aprovechan la mención de la palabra “dictador” en la columna para afirmar que ese es el calificativo que merece el presidente Uribe (y lo hacen, aun cuando el propio articulista ni siquiera llega a insinuarlo). En mi modesto concepto, acierta Bastenier al advertir sobre el peligro de la segunda reelección, pero sobre todo acierta al criticar el engendro teórico que el gobierno ha creado con el propósito de justificar tal cosa: el célebre concepto de “Estado de opinión”, caracterizado de manera inexplicable como “fase superior del Estado de Derecho”, cuando en realidad es la negación total de éste. Porque en el Estado de Derecho no hay más gobierno que el de las leyes; no hay más imperio que el de las normas abstractas, generales e impersonales, frente a las cuales debe ceder incluso la más numerosa y fervorosa voluntad popular.
BASTENIER II: sin embargo, hay un punto donde Bastenier se equivoca, y se equivoca muy gravemente. Ese error, presente en su columna, fue repetido y ampliado por el autor en una entrevista radial concedida hace pocos minutos. Se trata de la idea según la cual la principal consecuencia positiva que ha traído la política de seguridad de Uribe es que ahora las personas de clases medias ya altas pueden volver a sus casas rurales de recreo. Esta burda superficialidad, sorprendente en un observador tan agudo como Bastenier, ignora al menos dos elementos que son de elevadísima dimensión. El primero, es que con la política de seguridad se ha empezado a pagar una deuda histórica de la construcción de la nacionalidad colombiana, la cual consistía en que el Estado, pese a ejercer un poder nominal, no ejercía una soberanía real sobre muy buena parte del territorio nacional, y por tanto allí la gente debía vivir a merced de quien llenara el vacío de poder mediante las armas y la violencia. Y en segundo lugar, esa frivolidad de Bastenier ignora el hecho de que quienes más han sufrido por cuenta del actuar de los grupos armados han sido precisamente los más pobres de nuestra sociedad: eran ellos quienes tenían que vivir bajo el imperio del terror, ver a sus hijos ser reclutados por la fuerza, ser obligados a salir de sus tierras, a tributar a los maleantes, y finalmente tal vez a morir en medio de las balas, o por el capricho de algún comandante.
NOBEL DE PAZ: no me sumaré a quienes han expresado sorpresa por el otorgamiento del Nobel de paz a Barack Obama. Esto porque, aunque como todos ellos pienso que no lo merece, creo que no hay razón para sorprenderse, pues el comité noruego que designa al Nobel de paz nos tiene ya acostumbrados a sus excéntricas decisiones. Durante muchos años, y aunque no ha sido así en todas las ocasiones, ese comité ha otorgado el premio a personas que no han hecho nada por la paz, pero que han enarbolado una u otra causa valiosa. En el caso actual, baste decir que profeso un profundo respeto por el presidente Obama, y encuentro acertadas algunas de sus posiciones en política exterior. Pero nada de eso hace a alguien merecedor de tan significativo galardón. Por otro lado, como escribió en el Financial Times el columnista Clive Crook, tal vez ha llegado ya la hora de esperar del presidente Obama resultados más concretos, pues hasta ahora, como dice el columnista citado (quien fue fervoroso partidario de Obama), no ha podido el presidente pasar de la retórica y de la inspiración al logro de resultados concretos y positivos.
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