REPRIMENDA AL MINISTRO: La semana pasada causó asombro en nuestro país la ocurrencia de un hecho que como tal no es tan infrecuente en Colombia, pero que en cualquier otro país democrático habría sido inaudito: en público, y con cobertura de todos los medios de comunicación, el presidente Uribe le propinó al Ministro de Protección Social una inmisericorde reprimenda, concentrada en dos tipos de asuntos: los efectos de algunos decretos expedidos bajo la emergencia social, y el atraso del Ministerio en la ejecución de ciertas tareas de importancia. En ambos casos resulta insólito el llamado de atención: en el primero, porque el Presidente es tan responsable como el Ministro de todo lo decretado en la emergencia social; al fin y al cabo, son decretos que expide el Gobierno Nacional con la firma del Presidente. Y en el segundo caso, es insólito porque el Ministro es un subordinado directo del Presidente, y hubo seguramente centenares de oportunidades para que le exigiera informes sobre el avance en esas tareas. Pero ante la colosal oleada de inconformidad generada por los decretos, el Presidente decide reprender en público al Ministro, de modo que sea éste quien cargue con el estigma público de ser responsable de aquellos. Este es un impresionante fenómeno político, descrito en días recientes por Juan Manuel Charry de este modo: tenemos un Presidente que, en ocasiones actúa como tal, y en ocasiones actúa como vocero y defensor del pueblo ante el gobierno. Gobierno del cual él mismo es autoridad suprema.
¿QUÉ PASÓ CON EL PARTIDO LIBERAL?: Humberto de la Calle plantea en su columna de ayer el más interesante enigma de la historia política reciente de Colombia: ¿qué le sucedió al Partido Liberal? La historia de dicho partido es un elemento esencial de la historia nacional: a Colombia le entregó el ímpetu, las ideas y la voluntad de grandes estadistas y reformadores. La bandera de la modernización siempre estuvo en sus manos, desde cuando lideró la abolición de la esclavitud, hasta cuando transformó la administración pública en la época de Carlos Lleras, y lideró la apertura económica y la reforma constitucional del 91. El Partido de Murillo Toro, de los Radicales, de López Pumarejo, de Darío Echandía, de Lleras Camargo, y de otros tantos grandes luchadores y pensadores cuyos nombres no cabrían aquí, camina hoy con certeza hacia la desaparición o hacia la irrelevancia, en el mejor de los casos. Para la pregunta planteada por el Humberto de la Calle no tengo una respuesta, y no puedo hacer más que registrar el profundo impacto que ella me produce, porque sé que entraña una inocultable realidad. Es cierto, como él mismo lo dice, que hacia los años ochenta el Partido Liberal había venido a representar el clientelismo y la política de caciques: ese es un elemento que no puede desconocerse. Y a veces me pregunto cuánta responsabilidad tiene en este desenlace la artificiosa e incomprensible afiliación del Partido Liberal a la Internacional Socialista, afiliación que llegó a ser tan forzada, que sin éxito se quisieron incorporar sus símbolos a la iconografía del Partido Liberal. En fin, en este asunto no tenemos más que un enigma abierto.