UN ASOMBROSO LOGRO DEL ALCALDE MORENO: En la historia universal del gobierno municipal seguramente se conocen múltiples casos de malas administraciones. Muchas se distinguirán por la negligencia, otras por la incapacidad, y algunas por la corrupción. Pero la mala administración a la cual viene siendo sometida Bogotá desde la posesión de su alcalde Samuel Moreno ha llegado a un punto novedoso, algo tal vez nunca visto en la historia de los malos gobiernos municipales: no contentos con haber ejecutado una pésima gestión en muchas otras materias, la administración de Samuel Moreno parecería, de hecho, estar propiciando la destrucción física de la ciudad. Nada más puede pensar quien viva en esta sufrida capital, al contemplar el paisaje que presentan varios sectores de la ciudad, en los cuales se han emprendido obras que hoy exhiben abandono. Ante la ciudadanía, el responsable de esta situación es el Alcalde Mayor y su equipo de gobierno: sin duda habrá responsabilidad en los contratistas, quienes deberán rendir cuentas ante la propia Alcaldía, y ante los organismos de control del Estado. Pero la ciudadanía no contrató de modo directo con dichas empresas: delegó esta función a la Alcaldía, la cual evidentemente la ejecutó del peor modo posible, no sólo por haber escogido contratistas incapaces, sino por no haber sido diligente en asuntos como la entrega de planos y de diseños. Ya que el alcalde Moreno gusta tanto de hablar de sus logros, pero siempre que lo hace adopta como suyos los de administraciones anteriores, tiene aquí en sus manos un auténtico “logro” suyo que no tiene precedentes, y gracias al cual está haciendo historia: la primera vez que un alcalde de una gran ciudad da lugar a la destrucción paulatina de ésta.
SOBRE LOS “PACTOS” CON BANDAS DE MEDELLÍN: Un brevísimo comentario sobre el asunto de los confusos “pactos” con bandas de Medellín para frenar la violencia: si en realidad el Gobierno Nacional participó en la promoción de estos acercamientos, estaríamos presenciando un desgaste, no de la seguridad democrática como política, sino de la capacidad de esta administración para ejecutarla en un entorno de circunstancias cambiantes; la necesidad de recurrir a pactos, un mecanismo que de modo consistente ha fracasado, y contra el cual de cierto modo construyó el presidente Uribe su plataforma, sería testimonio de dicho desgaste. Eso, hay que decirlo, es relativamente normal, al menos en un gobierno que se aproxima a cumplir cuatro años de mandato, y cuyo agotamiento en muchas otras áreas es evidente. Testimonio adicional de este desgaste sería el tono rabioso con el cual se responde últimamente a cualquier sugerencia de que la política de seguridad debe cambiar de rumbo, y adaptarse a los nuevos retos. Hay allí una muestra clara de por qué es necesario un relevo, y por qué es fundamental que la política de seguridad democrática, una de las más importantes en la historia de nuestro país, sea objeto de una renovación, no con el propósito de menguarla ni de debilitarla, sino de hacerla capaz de dar a los nuevos retos el mismo tratamiento exitoso que dio a los anteriores.
NUEVOS RETOS DE SEGURIDAD DEMOCRÁTICA: Pero en esta nueva definición de prioridades y de mecanismos hay que tener mucho cuidado: si mis interpretaciones son correctas, algunos analistas, alarmados por el incremento de la violencia urbana, han sugerido que la lucha contra las FARC debe pasar a un segundo nivel de prioridad, o incluso han dado a entender que esta es ya una empresa concluida. Sin desconocer la extrema gravedad de lo que está sucediendo en las ciudades, sigo pensando que la mayor amenaza a la seguridad de Colombia son todavía las FARC: aun cuando es verdad que han sufrido fuertes golpes, conservan la capacidad de recuperarse con una estrategia paciente de mediano plazo, un tipo de estrategia en el cual este grupo es más que experto; es, además, una organización cuyo objetivo es el derrocamiento del régimen constitucional, y ese sólo hecho merecería atención prioritaria; y además, cuenta con solidaridad y apoyo desde el exterior que pueden serle muy útiles en su empeño de recuperarse gradualmente. De modo que es importante responder con eficacia al reto de la violencia urbana, pero esto no debería significar que se disminuyan esfuerzos en la lucha contra las FARC, ni que a ésta se le quiten recursos para destinarlos a la cuestión de las ciudades.
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