¿VISIÓN POSITIVA DEL SISTEMA POLÍTICO COLOMBIANO? I: hace pocos días, durante una conversación casual con amigos y colegas, hice un comentario que provocó lo que sólo puede describirse como un escándalo. Así que deseo compartirla con los lectores de este boletín, para saber si produce en ellos el mismo tono de exclamación airada que produjo en mis contertulios. ¿Acaso qué dije? Manifesté que, en general, tengo una visión positiva del sistema político colombiano. Ya el lector imaginará las caras de mis contertulios: “¿cómo puede tener alguien una visión positiva de este sistema político?; ¿cómo puede alguien juzgar favorablemente al país del exterminio de la UP, del paramilitarismo, de las masacres, del narcotráfico, de la guerrilla y del secuestro?; ¿cómo es posible que alguien pueda sostener esa visión positiva, en medio de tanta corrupción, fraudes electorales, clientelismo, favoritismo, compra de conciencias, y tantas otras prácticas despreciables?” No niego que eso exige una aclaración, aunque por razones de extensión no podré más que enunciarla brevemente.
¿VISIÓN POSITIVA DEL SISTEMA POLÍTICO COLOMBIANO? II: y empiezo mi aclaración mediante la identificación de sus ejes. El primero de ellos sería una especie de realismo: si la posición de mis interlocutores se examina con cuidado, se verá que tras ella yace una cierta idea de que a los sistemas políticos se les puede exigir perfección, que se puede demandar de ellos una realización plena y total de ciertos valores, o de cierto concepto abstracto de justicia. Pero resulta que los sistemas políticos son construcciones humanas, y por tanto de ellos no se puede demandar atributos de perfección divina: en todo sistema político hay y habrá males. Eso no quiere decir, de ningún modo, que sea vana o inútil la voluntad de lucha contra cada uno de dichos males, considerado de manera individual. Dicha voluntad es valiosa y necesaria, precisamente porque un sistema político, al no poder alcanzar la perfección, debe sobre todo aspirar a alcanzar una forma que en la mayor medida posible esté libre de defectos. Por tanto, quienes luchan contra la corrupción, quienes denuncian a la guerrilla y sus horrores, quienes advierten sobre el narcotráfico, y quienes envían a prisión a los paramilitares, cumplen la crucial tarea de ayudarnos a transitar hacia ese sano balance.
¿VISIÓN POSITIVA DEL SISTEMA POLÍTICO COLOMBIANO? III: pero el error surge cuando se juzga el sistema político como un todo, y se le condena simplemente por la presencia en él de rasgos defectuosos, así sean éstos muy significativos. El segundo eje de mi idea, entonces, consiste en que encuentro valioso al sistema político colombiano precisamente por su capacidad de sobreponerse ante los innumerables males que le acechan. Colombia, asediada desde hace décadas por la violencia, por la corrupción y por el narcotráfico, sigue siendo una democracia constitucional que funciona de acuerdo con un sistema de normas, al menos en una medida razonable. No sería cortés mencionar nombres, pero abundan en nuestra región los países que, teniendo problemas muy inferiores a los de Colombia, han optado sistemáticamente por alejarse de la idea de orden constitucional, en pos de caudillos, dictadores, y revoluciones. El orden constitucional vale muy poco en casi toda América Latina, más, por fortuna, en Colombia sigue representando un valor central del sistema político. Y es un valor que hemos venido alimentando desde nuestros orígenes, cuando la ciudad de Bogotá era objeto de mofa y recelo por parte de los caudillos militares de la independencia, quienes la veían como un páramo lleno de abogados; estos, vestidos de negro y fanfarroneando de su erudición, parecían desconocer la gloria de quienes sable en mano recorrieron a caballo medio continente. Pero la desgracia de muchos países consistió en creer que el heroísmo militar confería capacidad de gobierno, y que el mandato de un hombre brioso y valiente podía sustituir al único tipo de mandato que en verdad puede conferir libertad y orden: el gobierno de las normas. Mi opinión es que el sistema político colombiano adoptó esta última orientación desde sus orígenes, y, aun cuando de manera imperfecta, y dentro de dificultades significativas, ha seguido profesando esta afortunada adherencia a lo constitucional por encima de lo heroico.